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martes, 29 de abril de 2014


Jorge Guillén

LA PERFECCIÓN

Queda curvo el firmamento,
Compacto azul, sobre el día.
Es el redondeamiento
Del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
Central sin querer, la rosa,
A un sol en cénit sujeta.
Y tanto se da el presente
Que al pie caminante siente
La integridad del planeta.



Viento de noche de Damaso Alonso

El viento es un can sin dueño,
que lame la noche inmensa.
La noche no tiene sueño.
Y el hombre, entre sueños, piensa.

Y el hombre sueña, dormido,
que el viento es un can sin dueño,
que aúlla a sus pies tendido
para lamerle el ensueño.

Y aun no ha sonado la hora.

La noche no tiene sueño:
¡alerta, la veladora!

Subido por Victor Nieto



A galopar de Rafael Alberti

Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!





Subido Por Miguel Gil

LUIS CENUDA


Las islas




Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía, 
y dejando el navío y el muelle, por callejas 
(entre el polvo mezclados pétalos y escamas), 
llegué a la plaza, donde estaban los bazares. 
Era grande el calor, la sombra poca. 

Con el pecho desnudo iba, distraído 
como si familiares fuesen la villa y sus costumbres, 
y miré en un portal al mercader de sedas 
que desplegaba una, color de aurora, fría a los ojos, 
sintiendo sin tocarla la suavidad escurridiza. 
Ante un ciego cantor estuve largo espacio, 
único espectador, y parecía cantar para mí solo. 
Compré luego a una niña un ramo de jazmines 
amarillentos, pero en su olor ajado tuvo alivio 
la dejadez extraña que empezaba a aquejarme. 

Desanudada la faja en la cintura, 
unos muchachos que pasaban, reían, 
volviendo la cabeza. Acaso me creyeron 
Ebrio. Los ojos de uno de ellos eran 
como la noche, profundos y estrellados. 

La humedad de la piel pronto se disipaba 
por el aire ardoroso, a cuyo influjo 
mi pereza crecía. Me detuve indeciso, 
acariciando el cuerpo, sintiendo su tibieza 
lisa, como si acariciara un cuerpo ajeno. 

Seguí, por parajes nunca vistos, 
mas presentidos, igual a quien camina 
hacia cita amistosa. Deponía la tarde 
su fuerza, cuando al fin quise 
buscar reposo ante un umbral cerrado. 

Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban 
(acaso dormí mucho), y al abrirlos de nuevo 
ya el sol estaba bajo en el muro de enfrente. 
Una presencia ajena pareció despertarme, 
porque al volver la cara vi una mujer, y sonreía. 

Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta 
ante demanda informulada, me miraba, insegura; 
aunque yo nada dije, con gesto silencioso, 
invitándome adentro, me tomó de la mano. 
La seguí, con recelo más débil que el deseo. 

La sala estaba oscura (ya caía la tarde). 
Sobre la estera había almohadas, un cestillo 
anidando manojos de magnolias mojadas, 
de excesiva fragancia. filtró la celosía 
unas palabras de la calle: «Le encontraron muerto». 

Las pensé referidas a un camarada, 
quizá presagio de mi sino. Pero ella, 
atrayéndome a sí, sobre la alfombra 
el ropaje tiró, como cuchillo sin la vaina, 
fría, dura, flexible, escurridiza. 

Mis manos en sus pechos, su cintura 
quebrarse pareció al extenderme sobre ella, 
y en el silencio circundante, al ritmo 
de los cuerpos, oí su brazalete, 
queja del ave fabulosa que escapaba. 

La oscuridad llenó la sala toda 
cuando saciado y satisfecho quise irme. 
En la puerta (ella como mi sombra me seguía), 
al cruzar su dintel, sentí que entre mis dedos 
quedaba el brazalete, ahora inerte y mudo. 

Mucho tiempo ha pasado. No aceptara 
revivir otra vez esta existencia. 
Mas no sé qué daría por sólo aquel instante 
revivirlo. Bien sé que apenas tengo con qué tiente 
al destino, ni el destino tentarse dejaría. 

Cuando el recuerdo así vuelve sobre sus huellas 
(¿no es el recuerdo la impotencia del deseo?). 
Es que a él, como a mí, la vejez vence; 
y acaso ya no tengo lo único que tuve: 
Deseo, a quien rendida la ocasión le sigue.




PUBLICADO POR ANTONIO J. VALLADARES 

Brindis de Gerardo Diego


A mis amigos de Santander que festejaron
mi nombramiento profesional.

Debiera hora deciros: —«Amigos,
muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios.
Permitidme que os lo diga en tono lírico,
en verso, sí, pero libre y de capricho.
Amigos:
dentro de unos días me veré rodeado de chicos,
de chicos torpes y listos,
y dóciles y ariscos,
a muchas leguas de este Santander mío,
en un pueblo antiguo,
tranquilo
y frío,
y les hablaré de versos y de hemistiquios,
y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo),
y de pluscuamperfectos y de participios,
y el uno bostezará y el otro me hará un guiño.
Y otro, seguramente el más listo,
me pondrá un alias definitivo.
Y así pasarán cursos monótonos y prolijos.
Pero un día tendré un discípulo,
un verdadero discípulo,
y moldearé su alma de niño
y le haré hacerse nuevo y distinto,
distinto de mí y de todos: él mismo.
Y me guardará respeto y cariño.
Y ahora os digo:
amigos,
brindemos por ese niño,
por ese predilecto discípulo,
por que mis dedos rígidos
acierten a moldear su espíritu,
y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo,
y por que siga su camino
intacto y limpio,
y porque este mi discípulo,
que inmortalice mi nombre y mi apellido,
... sea el hijo,
el hijo
de uno de vosotros, amigos.


Subido por Rubén Diaz