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miércoles, 30 de marzo de 2011

LA TUMBA DE ANTONIO MACHADO





Collioure es un bello pueblo marinero del Rosellón francés con fuerte impronta pictórica. Aquí dejaron su huella fauvista Derain y Matisse. Tiene el toque marino y pictórico de Cadaqués y Sitges o de Honfleur y Saint Malo en el norte de Francia. Allí está enterrado nuestro Antonio Machado que falleció el 22 de febrero de 1939.
Collioure tiene un hueco en mi corazón viajero. Un amigo me obsequia con un crucero por Argeles sur Mer, Port Vendres y el exquisito Cap Bear. La ciudad regala petunias y geraneos. Las calles están pobladas de estudios de pintores. Los patos caminan tranquilos por el césped. Unos caballos pacen amablemente en un cercado. Casa Sola parece un casino acogedor. La iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles del S. XVIII es la estampa clásica con su campanario, antiguo faro medieval, y con bellos retablos barrocos de Joseph Sunyer. En el de Santa Lucia hay santas con virtudes curativas: Santa Magdalena para las enfermedades venéreas, Santa Lucia para la vista, Santa Marta para las madres que dan el pecho, Santa Bárbara para proteger de la tormenta, Santa Inés y Santa Caterina para preservar la virginidad, Santa Ágata para las nodrizas. Aquí están reflejadas las preocupaciones sanitarias y sociales de la época.
El hotel Le Mas des citroniers, donde me hospedo, está cerca del cementerio donde descansa Machado junto a su madre Ana Ruiz. En los años 70 me hospedé en el hotel Bougnol-Quintana y la directora me enseñó la habitación donde falleció el poeta. Envié fotografías que se publicaron en “Campo del arpa” que dirigía el poeta y amigo Batllo. El pueblo le dedicó una calle. La huella de Machado está viva en Collioure.
Se celebró el 71 aniversario de la muerte del poeta con un film de Jo Figueres evocando el exilio hasta los últimos días en Collioure. El premio internacional de la fundación Antonio Machado fue para Antonio Herrera por su trabajo “Tras el vivir y el soñar” que evoca el otoño de 1936 y la primavera de 1938 en Villa Amparo (Valencia) donde se retiró a cuidar su salud. Fue un periodo de intensa actividad creadora, evocando diferentes temáticas machadianas como la infancia, el pesimismo y los sentimientos hacia la guerra civil.
Sobre su tumba hay flores frescas, placas de homenaje, letras emocionadas, poemas, un buzón repleto de mensajes que no se quien lee. “Los campos de Baeza soñando están contigo” “Hoy es siempre todavía”. “No te olvidamos, maestro”. Hay testimonios de Valderrobles (Teruel), del Instituto Gaspar Lax (Huesca) y del centro Salvador Allende (Zaragoza).
Sobre la tumba, grabado en la piedra y rodeado de flores un poema eterno de Machado
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar
me encontrareis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo como las olas del mar
 Un santo laico. Un referente ético y cívico. La verdad es amiga del tiempo.
Gracias poeta.











En 1936 se declara la Guerra Civil y Antonio Machado toma partido decididamente por la legalidad republicana, colaborando en revistas y actividades culturales republicanas.

En noviembre de 1936, ante el asedio de la capital de España, Antonio Machado se traslada a Valencia.

1937: publica el libro La guerra, que contiene poemas y prosas cuyos temas y motivos giran entorno a la contienda.

De Valencia se trasladará, ya enfermo, a Barcelona y desde allí, debido a la cercanía de las fuerzas franquistas, saldrá camino del exilio en enero de 1939.

El 22 de febrero de 1939, en la localidad francesa de Collioure, morirá el poeta. El último verso que escribió decía...

"Estos días azules y este sol de la infancia"

Imágenes del entierro de Antonio Machado









Muerte de Antonio Machado


Antonio Machado se murió de pena. Así lo suelen afirmar los biógrafos del poeta. El miedo, la pobreza, las interminables esperas en la frontera, el frío, el fracaso, la nostalgia, la soledad... —nos dicen—, van a precipitar su prematura muerte. Y a continuación enumeran algunas de estas circunstancias. El cariz sombrío de los acontecimientos en la guerra que terminará con el agobiante periplo final por España y Francia. La separación durante la guerra y luego el tremendo sinsabor de saber a su hermano Manuel, tan inseparable camarada de empresas literarias y teatrales, convertido ahora en importante valedor de esa España que empuja a él y su otra familia al exilio. Las solicitudes por su madre anciana —que morirá tres días después del poeta— y por sus sobrinas —hijas de su hemano José—, a las que quería como un padre y de las que no se tenía noticia. La irremediable pérdida de Guiomar, su gran amor otoñal, cuyo recuerdo le acompañará durante todo el exilio interior y exterior, hasta las mismas puertas de la muerte. Todas estos sucesos —nos repiten—, agotarán moralmente al poeta y acortarán una vida que no alcanzará los 65 años.

Tal es la interpretación tradicionalmente aceptada de las causas de su muerte. Y, naturalmente, en gran parte acertada. Aunque probablemente incompleta porque olvida, a nuestro juicio, un componente fundamental. Se hace muy poca referencia en su biografía a las dolencias de Antonio Machado. El poeta padeció y murió de una enfermedad pulmonar crónica, derivada en gran parte de su inveterado hábito de fumar. Tal enfermedad menoscabó de forma definitiva su resistencia ante las adversidades y añadió un suplemento de dolor a sus últimos años.

Es fácil comprobar este aserto si comparamos la peripecia vital del poeta con la de otros asistentes que lo acompañaron en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en 1937. Muchos de ellos, con más vigorosa salud que Machado —Malraux, Tristan Tzara, John Dos Passos, Hemingway, Hesse, Bertold Brecht, Neruda...—, seguirán en la brecha de la lucha por las libertades, también en el exilio y en las dramáticas circunstancias que van a sobrevenir en la ya próxima Segunda Guerra Mundial. Y quizá esta importancia de una salud más robusta la podamos intuir mejor al comparar a Machado con alguien que, en cierto modo, compartió circunstancias vitales similares. Se trata de un coetáneo suyo que no asistió al Congreso pero remitió su adhesión. Alguien al que la intolerancia de sus semejantes también empujó al exilio. Una persona, en fin, que, como el poeta, sucumbirá a las complicaciones derivadas del tabaco. Nos estamos refiriendo a Albert Einstein. En efecto, Einstein era sólo cuatro años más joven que Machado y, tras perder todas sus propiedades e incluso algunos familiares en los campos nazis de concentración, partirá para el exilio estadounidense seis años antes de la muerte de Machado. Seguirá luchando incansablemente durante 16 años más tras la muerte del poeta, por la libertad de los pueblos, y prestará su voz a innumerables iniciativas pacifistas y compromisos en favor de la dignidad humana. Como el escritor, en sus últimos tiempos apurará hasta las colillas de sus cigarrillos o hasta la última partícula de su pipa. Morirá finalmente por la ruptura de un aneurisma abdominal, claramente en relación con el arraigado hábito tabáquico. En estas líneas se intentan evocar algunas circunstancias sobre aquel proceso morboso que finalmente llevó a la tumba a Antonio Machado.

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