Resbala el Sol naciente en la curva del río
y enaltece el trigal con su aureola,
tamo oloroso y leve que tiembla en la ventana.
Columnillas de humo hacia el fondo del valle
huelen a miel, a hierba mojada, a pan caliente,
a cecina, a hojas muertas esponjadas y húmedas,
a leña de cerezo, de algarrobo, de olivo;
abre como un breviario la guarnicionería
con su aroma de yute, de cinchas aceitadas.
El eco de la luz designa tu cintura
y recobro en tu piel los colores del sueño:
perfume de milhojas, de marquesas de coco,
pomas de chocolate con su pezón de guinda.
La campana impaciente tañe de gotas de cera
y nos llama al sacrificio más goloso:
aroma de tu sexo entre las sábanas
-corazón encendido en caridad, quemando
con su rubia corona de rizadas espinas-,
bendición candeal para cruzar el tiempo
hacia el jirón de fe que ondea en los almiares.
poema de Guillermo Carnero
jueves, 27 de octubre de 2011
Amanecer
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